—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
Sonatina. Rubén Darío.
Dame tus ojos tristes esta tarde,
tus pestañas, párpados y ausencias,
los extraviados en el azul
de ese mar perdido tan adentro,
inalcanzable para el afán de acunarlo,
mecerlo y dormirlo en los brazos.
Aún tienes corazón,
dices,
no dudes si sabes de sus latidos lentos,
seguros...
Dame tus ojos tristes dijiste,
ahora cuando pretendes abandonarlos al infinito
por no volcarlos en lo que ya no ves,
mientras suena la Sonatina desde lo más profundo
de los labios:
"La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?"
y el recuerdo de Darío en el aire
como un halo persiguiendo a esta sombra
a través del tiempo.
Los labios exhalan sentimientos de aire
mortales
al momento de nacer,
y esos
..."suspiros se escapan de su boca de fresa",
sin remedio para la instantánea...
y lo invisible se vuelve hermoso
al letargo de la tarde,
y la sal en el viento no mortifica las heridas,
las alivia y calma.
La tristeza es bella al compás de las olas,
el renacer de la sonrisa se acerca
en la llegada ardiente
del vuelo de Fénix.